Experiencia de la Luz
Los ídolos necesitan templos, doctrinas, sacerdotes y liturgia. Nos remiten a una religión jerarquizada, donde la mayoría de los fieles es invitada a participar en unos misterios que controlan unos pocos. Frente a ello, Ibrahîm ha experimentado la conmoción del universo que se abre dentro suyo, desde sus propias entrañas hasta lo más remoto. Es la conexión del hombre con el Universo del Decreto, con el mundo del Poder absoluto de Al-lâh, un Poder que no acepta limites. No acepta, sobretodo, nada que lo represente. En el plano social, todo esto tiene un sentido muy concreto. Representar a Al-lâh es otorgarle unos rasgos de identidad específicos. El mundo de la idolatría es un mundo fragmentado, condenado a los enfrentamientos entre diferentes tiranías. Eso es lo que había sucedido en el mundo en el cual Ibrahîm lanza su mensaje, el mensaje de todos los profetas. Cada pueblo ha llegado a identificarse con sus representaciones, y dentro de cada pueblo las representaciones han sido objeto de un monopolio religioso. Hoy sucede lo mismo al nivel de las nacionalidades, las ideologías, las religiones, los estados. Poco puede importarnos que se llamen a si mismo cristianos, demócratas o musulmanes: se trata siempre de la misma usurpación del poder por parte de unos pocos. Si Ibrahîm sabe que toda pretensión de poder humano es absurda, es porque ha visto el verdadero Poder, un poder ilimitado, capaz de crear cualquier cosa. Descubre que el orden de la naturaleza no es un milagro, sino una manifestación de Su Voluntad y Su Misericordia. Ha penetrado en el Malakût, en el Universo del Mandato. Sabe que las acciones de los hombres carecen de poder en si mismas, que ellos no podrían hacer nada sino es gracias a la vida que procede de una fuente ilimitada. Ibrahîm no puede seguir adorando a Al-lâh a través de las formas, y se ve abocado a lo anterior a toda forma. Ante Al-lâh, el propio Ibrahîm se desvanece. Si nosotros somos nada, entonces, ¿qué queda del asombro que sentimos ante la Creación de Al-lâh el Altísimo? Una curiosa etimología, tal vez un juego de palabras, nos lo aclara: postrarse es caer en la propia sombra, abismarse en el asombro y anegarse para dejar que solo la Luz del verdadero nos domine. Ibrahîm ha visto: esta expresión tiene un largo alcance. Ha visto como la vida nace de la nada. No se trata de creencias o de ideas, sino de la constatación de una realidad a través de la mirada. Esto quiere decir que aún tratándose de algo invisible, Ibrahîm lo ha visto. ¿Qué es este “invisible” que se hace “visible” a la mirada interior, al ojo del corazón? Se trata de la Luz, la misma Luz que Ibrahîm estaba buscando desde el primer momento, desde que confundió la estrella con su Sustentador, para ver como la luz de la luna la eclipsaba. El sol, que comunica su luminosidad a la luna, recibe a su vez la irradiación de la Luz de luces, de la única Luz que se revela a través del sol, de la luna y las estrellas. Cada vez ha ido abriéndose más y más hacia la Luz, desde ese destello que aparece en la negritud más absoluta hasta la Luz que todo lo domina, dejando atrás los cultos lunares y solares. Solo un poeta podría expresar la paradoja de esta luz, al mismo tiempo visible e invisible, otro de los más Bellos Nombres de Al-lâh: an-Nûr. Una Luz que anega la luz de la naturaleza, que pertenece a otro mundo y sin embargo nos deslumbra, que no es representable pero que ilumina y se hace visible al amor de las criaturas. Tal y como acertó a expresar Lezama Lima: “La luz es el primer animal visible de lo invisible”. Y la vida de la Luz es árbol, aire, agua, tierra, fuego. La Misericordia creadora de Al-lâh no conoce límites.
Los ídolos necesitan templos, doctrinas, sacerdotes y liturgia. Nos remiten a una religión jerarquizada, donde la mayoría de los fieles es invitada a participar en unos misterios que controlan unos pocos. Frente a ello, Ibrahîm ha experimentado la conmoción del universo que se abre dentro suyo, desde sus propias entrañas hasta lo más remoto. Es la conexión del hombre con el Universo del Decreto, con el mundo del Poder absoluto de Al-lâh, un Poder que no acepta limites. No acepta, sobretodo, nada que lo represente. En el plano social, todo esto tiene un sentido muy concreto. Representar a Al-lâh es otorgarle unos rasgos de identidad específicos. El mundo de la idolatría es un mundo fragmentado, condenado a los enfrentamientos entre diferentes tiranías. Eso es lo que había sucedido en el mundo en el cual Ibrahîm lanza su mensaje, el mensaje de todos los profetas. Cada pueblo ha llegado a identificarse con sus representaciones, y dentro de cada pueblo las representaciones han sido objeto de un monopolio religioso. Hoy sucede lo mismo al nivel de las nacionalidades, las ideologías, las religiones, los estados. Poco puede importarnos que se llamen a si mismo cristianos, demócratas o musulmanes: se trata siempre de la misma usurpación del poder por parte de unos pocos. Si Ibrahîm sabe que toda pretensión de poder humano es absurda, es porque ha visto el verdadero Poder, un poder ilimitado, capaz de crear cualquier cosa. Descubre que el orden de la naturaleza no es un milagro, sino una manifestación de Su Voluntad y Su Misericordia. Ha penetrado en el Malakût, en el Universo del Mandato. Sabe que las acciones de los hombres carecen de poder en si mismas, que ellos no podrían hacer nada sino es gracias a la vida que procede de una fuente ilimitada. Ibrahîm no puede seguir adorando a Al-lâh a través de las formas, y se ve abocado a lo anterior a toda forma. Ante Al-lâh, el propio Ibrahîm se desvanece. Si nosotros somos nada, entonces, ¿qué queda del asombro que sentimos ante la Creación de Al-lâh el Altísimo? Una curiosa etimología, tal vez un juego de palabras, nos lo aclara: postrarse es caer en la propia sombra, abismarse en el asombro y anegarse para dejar que solo la Luz del verdadero nos domine. Ibrahîm ha visto: esta expresión tiene un largo alcance. Ha visto como la vida nace de la nada. No se trata de creencias o de ideas, sino de la constatación de una realidad a través de la mirada. Esto quiere decir que aún tratándose de algo invisible, Ibrahîm lo ha visto. ¿Qué es este “invisible” que se hace “visible” a la mirada interior, al ojo del corazón? Se trata de la Luz, la misma Luz que Ibrahîm estaba buscando desde el primer momento, desde que confundió la estrella con su Sustentador, para ver como la luz de la luna la eclipsaba. El sol, que comunica su luminosidad a la luna, recibe a su vez la irradiación de la Luz de luces, de la única Luz que se revela a través del sol, de la luna y las estrellas. Cada vez ha ido abriéndose más y más hacia la Luz, desde ese destello que aparece en la negritud más absoluta hasta la Luz que todo lo domina, dejando atrás los cultos lunares y solares. Solo un poeta podría expresar la paradoja de esta luz, al mismo tiempo visible e invisible, otro de los más Bellos Nombres de Al-lâh: an-Nûr. Una Luz que anega la luz de la naturaleza, que pertenece a otro mundo y sin embargo nos deslumbra, que no es representable pero que ilumina y se hace visible al amor de las criaturas. Tal y como acertó a expresar Lezama Lima: “La luz es el primer animal visible de lo invisible”. Y la vida de la Luz es árbol, aire, agua, tierra, fuego. La Misericordia creadora de Al-lâh no conoce límites.