EL FUNDAMENTALISMO
ISLAMISTA
En tiempos recientes, principalmente debido a la presión de leyes anti-mujer promulgadas bajo la cubierta de la “islamización” en varias partes del mundo musulmán (Paquistán, Afganistán, Irán, etc.), las mujeres musulmanas creyentes se han dado cuenta de que deben rescatar sus ideas religiosas de aquellos que las usan para oprimirlas y segregarlas, y no como un instrumento de liberación.
La terminología para denominar estos movimientos de resurgimiento islámico ha proliferado tanto que Fedwa Malti-Douglas ha considerado necesario proceder a una clarificación:
“Fundamentalismo es el término más común que se usa hoy para denominar a aquellos movimientos religiosos que se consideran extremistas, estrictos, muy tradicionales, o con finalidades políticas. Aplicarlo al mundo musulmán puede confundir, ya que el origen del uso del término tenía por referente al protestantismo americano y las características de este fundamentalismo americano no son pertinentes para comprender los movimientos religiosos en el contexto islámico.
“En tanto al término integrismo, retomado de los católicos franceses que deseaban una vida y una sociedad integralmente católica, indica por lo menos una característica de los movimientos religiosos que ahora consideramos. Pero la posible referencia a la integración, como a la integración racial, o la total aceptación de las minorías, puede originar distorsiones de significados cuando se habla de las minorías musulmanas de Europa, por ejemplo...
“Por su parte, la palabra islamismo, construida sobre el mismo modelo que socialismo, comunismo, etc. debería de reservarse para aquellos grupos que consideran al Islam como una ideología completa y no como una religión que podría ser compatible con ideologías seculares” (Malti-Douglas, 2001, p. 2).
Los movimientos islámicos militantes proponen el resurgimiento de una nación islámica unificada de los restos de los esfuerzos fallidos de creación de Estados-nación seculares en el mundo árabe. Vistos en el contexto del incremento de la hegemonía del Occidente (globalización) sobre los países del tercer mundo, esta idea de una nación panislámica surge como una alternativa poderosa y atractiva. El fundamentalismo islámico ha tratado de recrear una comunidad homogénea a través de la reconstrucción de su pasado, apropiando selectivamente este pasado, adscribiéndole divinidad e imponiéndolo en el presente.
El rechazo del Occidente y sus influencias, hábitos y prácticas que toma la forma de una rabia, permea y consolida estos movimientos. Muy característico de ello es que este rechazo no incluye el equipamiento militar o la tecnología avanzada provenientes también de ese “Occidente” tan vituperado y descalificado en otras áreas. La rápida expansión de este movimiento se funda en su capacidad de referencia hacia un pasado ancestral que permite el refuerzo de una identidad colectiva y una apropiación defensivamente orgullosa de sus tradiciones.
Leila Ahmed argumenta: “Respecto al pasado lejano, la posición islamista está equivocada porque supone que el significado del género que informaba a la primera sociedad islámica puede ser reducido a una interpretación única, simple, no conflictiva que pueda ser confirmada en forma precisa y absoluta. Es falaz en tanto pretende interpretar la tradición de una sola manera, aquella que se desprende del corpus de los pensamientos y escritos islámicos que constituyen la tradición del Islam establecido, sin ver que esta tradición fue creada siglos después de Muhammad en las sociedades de Medio Oriente” (Ahmed, 1992, p. 239).
Añade: “Aun cuando el Islam instituyó, en la sociedad inicial, una estructura jerárquica como base de las relaciones entre varones y mujeres, también predicó, en su voz ética, la igualdad moral y espiritual de todos los seres humanos. Se puede argüir que aun cuando instituyó una jerarquía sexual, propuso a su vez, en su voz ética, la subversión de esta jerarquía”.
Es la versión técnica y legalista del Islam —una versión que se olvida de la dimensión ética de su mensaje— que ha prevalecido hoy y se ha vuelto políticamente poderosa. Es ésta la versión de los fundamentalismos e islamismos. Pero para el musulmán lego, no es la voz legalista, sino la voz ética e igualitaria la que se presenta con más claridad e insistencia. Es esta voz la que escuchan las mujeres musulmanas cuando afirman —ante la sorpresa de los no musulmanes— que el Islam no es sexista.
Riffat Hassan —una teóloga musulmana de Paquistán— parece contradecir lo anterior cuando afirma: “Las ideas y actitudes negativas hacia las mujeres predominan en general en las sociedades musulmanas. Están arraigadas en la teología y hasta que los fundamentos teológicos y la misoginia androcéntrica de las tradiciones islámicas sean desenmascaradas, las mujeres musulmanas seguirán siendo brutalizadas y discriminadas aunque aumenten las estadísticas de la educación de las mujeres, de su empleo y de sus derechos sociales y políticos. En tanto las mujeres continúen aceptando los mitos usados por los teólogos o las jerarquías religiosas para abusar sus cuerpos, corazones, mentes y almas, ellas nunca podrán ser seres humanos completamente desarrollados y estar ante Dios con los varones en igualdad” (Hassan, 1985, p. 43).