La proclamación del joraichita Moavia en Jerusalén daba origen el 661, al califato Omeya, que duraría hasta el 750 con capital en Damasco. La influencia de la civilización sirio bizantina sobre el mundo islámico fue considerable, en esta época, sustituyéndola mas adelante la de la civilización persa irania durante el califato abbasi (750-1258), que fijo su capital en Bagdad.
Durante la etapa Omeya, este califato alcanzo su mayor extensión. Incluso la capital del Imperio Bizatino, Constantinopla, tuvo que soportar los ataques árabes. Se creo la gran fortaleza de Cairuán (620), se ocuparon las islas de Rodas (672) y Creta (674), y Cartago cayo en poder de Asan (695).
Prosiguiendo la ocupación del norte de África y alcanzando la orilla del Atlántico en el 704. La ultima plaza bizantina en África, Ceuta, fue tomada en el 711. Simultáneamente, avanzan los musulmanes por el extremo sudoccidental de Europa, instalándose en España (711 – 714) y penetrando en el languedoc, y proseguían sus campañas en Asia Menor, apoderándose de Antioquia de Pisidia (713), y asediaban una vez más Constantinopla (718).
Por el este se había conquistado, al mismo tiempo, el Jorasán (663-671) y se alcanzo Bújara, en el Turquestán (674), ganaba mas tarde (706-709); y seguida de la Sogdiana, Samarcanda (710-712) y Jovaresmia. La transoxiana quedaba agregada al imperio omeya en el 715. Mas al sur se apoderaban las huestes islámicas del valle inferio del Indo (712) y de parte del Penjaba meridional (713) en la India.
Con las nuevas conquistas, se extendía de los Pirineos al Indo el vasto imperio omeya y con el la religión musulmana, experimentando un serio retroceso el cristianismo en el sur de Europa, en el norte de África y en el suroeste de Asia. Las disensiones internas del mundo islámico no tardarían mucho tiempo, sin embargo, en beneficiar a los reinos e imperios cristianos.
La religión en el califato Omeya
Los Omeryas, y con ellos los distintos grupos y pueblos enrolados en las filas del Islam, durante su primer siglo de grandes conquistas, no se propusieron la conversión total de las gentes sometidas a su dominio. Lo cristianos y en general también los judíos, en su calidad de “gentes escrituristicas” o depositarias de la Biblia, recibieron un trato benigno y se les concedió libertad para practicar sus religiones. Las necesidades económicas del nuevo imperio condicionaron a su vez, la política religiosa, porque no convenía que el Estado dejara de percibir el canon fijo (chizia) por individuo infiel del mismo modo que se respetaron las propiedades de los vencidos para cobrar una suerte de contribución territorial (jarach).
Durante el siglo VII y la primera mitad del VIII, el estudio el Corán y la “ciencia de la tradición” adquirieron gran relieve Medina, en Bufa, en Basora y en Damasco, extendiéndose por otros muchos centros. En estos estudios se fundamento la teología y también la ley esencialmente religiosa. Sus principales intérpretes fueron:
Abdullah ibn Masud (m.653), gran recitador de tradiciones ( o hadiths) coetáneas del profeta; Al Hasan al-Basri (m, 728), pensador místico de Basora que ejerció notable influencia en los sufies, en los sunnitas y en los mutazilies; y al Shabi (m.728), maestro de extraordinario Abu Hanifa (m,767).